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Enclavada en un paisaje de espectacular belleza, la ermita de San Mateo se rodea de pinos centenarios por los cuatro costados. Se trata de una sencilla edificación de planta rectangular y tejado a cuatro aguas, que deja ver su modestia de pequeño santuario por entre los albares de enormes dimensiones. Troncos retorcidos, algunos de ellos huecos por el paso del tiempo y la carcoma, envuelven este espacio de bosque denso al sur del municipio, respaldado por las cercanas aguas del embalse.
Un eco de pájaros y césped blando conforman este escenario en el monte de Vallilengua o San Mateo, que cada 21 de septiembre celebra el otoño con una tradicional romería. Salpicada de ocasionales robles, la espesura pinariega está atravesada por la calzada hacia la Visontium romana. Vía secundaria de la importante Asturica-Caesaragusta, la senda unía la zona con Uxama y Numancia, antes de internarse hacia Burgos por la margen derecha del río.
De tres a cuatro kilómetros más o menos conservados hilvanan el municipio, incluidos algunos metros excavados en roca madre y en buen estado. Algún miliario o señal indica la distancia y, cerca ya de la vecina Molinos de Duero, la ‘Piedra escrita’ datada en el siglo II deja ver la siguiente inscripción: “HANC VIAM AVG. L (ucius) LUCRET (ius) DENSUS II VIR. V. M. FECIT. O lo que es lo mismo: “El II vir Lucio Lucrecio Denso hizo esta vía Augusta”.
Su prolongación hacia la Sierra de Urbión se explica por la existencia de un camino con pasos abiertos en las rocas para cruzar el puerto de Santa Inés. Por la sierra de Cameros y Las Viniegras gana la vertiente opuesta del río Najerilla, hasta ir a desembocar en el río Ebro. La vía cruzaba el río Duero por el puente llamado de San Mateo. Hoy cubierto por las aguas del pantano de la Cuerda del Pozo, el antiguo puente conserva de aquel tiempo algunos sillares y basamentos, si bien su actual fisonomía de perfil alomado, planta quebrada y arcos apuntados es claramente medieval.
Formado por siete ojos, tres de ellos arcos de medio punto y bóvedas de cañón y otros cuatro apuntados, se sustentan aguas arriba sobre tajamares y aguas abajo sobre contrafuertes, que desaparecen entre la quinta y sexta arcada al ser sustituidos por una gran roca natural. Se trata del mejor puente de estas características de la provincia soriana, pues es único en su cimentación en línea quebrada sobre las rocas existentes como cimientos; singular ya que todavía queda un tramo completo de su tablero, y uno de los pocos que servían de paso a una calzada romana. De vez en vez, es posible disfrutar de su perfil en piedra sobre las aguas, cuando la sequía hace descender lo suficiente el nivel del embalse.
A cinco kilómetros escasos de Vinuesa, en la cola de este pantano que serpentea por el municipio, el poblado de La Muedra resiste los embates del tiempo y el agua. Fue anegado en el año 1941 y, como el Puente Romano, los restos de aquella aldea que llegó a contar 261 almas asoman en ocasiones sobre la falta de agua. La torre de su iglesia despunta sobre la línea del pantano para negar el olvido. Si el nivel está alto, no es raro ver pequeñas embarcaciones cerca del antiguo campanario y, en los veranos más secos, es incluso posible pasear por entre sus casas derruidas y el suelo agrietado.
Cuentan que en el siglo XIX vivía en él una mujer ciega que recobró la vista; que muchos de los que nacieron en el hubieron de hacer las Américas (algunos de ellos fundaron una sociedad de hijos protectores) y que en el año 1931 los modraños emigrados a Argentina donaron para el pueblo un nuevo mausoleo en el cementerio nuevo, única edificación que no sería inundada por el embalse.
Dicen, también, que de nada sirvieron las súplicas e informes para paralizar las obras. El 30 de septiembre de 1936, la treintena de vecinos que quedaba en el pueblo hubo de cerrar definitivamente las puertas de sus casas, y abandonarlas para siempre a su suerte amniótica. Una presa de 425 metros y una altura máxima de 41 cambió el paisaje de la zona, y desde entonces La Muedra se acuna en un vaivén de olas breves y suaves que amortiguan un sonido de campanario sin campanas.
Mas otros itinerarios y relatos atraviesan de parte a parte la vida del monte San Mateo. Entre ellas la Cañada Real Galiana, una de las vías pecuarias en el eje castellano-extremeño, que sigue las rutas de la trashumancia a través de un pasado marcado por la venta de lana, la carretería y la poderosa Mesta. Esta arteria ganadera es especial por varias razones: la primera, su orientación noreste- sureste que la hace cruzarse con otras importantes Cañadas como la Leonesa Oriental y la Vía de la Plata. La segunda, porque une tres ciudades patrimonio de la humanidad (Segovia, Ávila y Cáceres) prolongándose por más de 727 kilómetros de los cuales más de una veintena discurren por término visontino.
Además de ella, toda la zona está atravesada por senderos de pequeño recorrido que unen con sus señalas blancas y amarillas sendas circulares a través de algunos de los rincones más feraces y hermosos de la geografía provincial. También discurre por aquí el GR 86, Sendero Ibérico Soriano de Gran Recorrido, que pespuntea esta vez de rojo y blanco la etapa que enlaza Vinuesa y Covaleda.
Muchos son los puntos de interés que poder visitar siguiendo estas sendas, en algunos casos también ciclables. Uno de ellos es la Fuente del Salobral o Salogral, comúnmente llamada ‘fuente de los huevos podridos’ en alusión al olor que desprende. Fue descubierta a mediados del XIX por el entonces párroco de Vinuesa, y su emanación azufrada es santo y seña de su carácter sulfatado y valor terapéutico. Las aguas de la fuente, en cuyos alrededores se levantó en su día una pequeña estación termal y un hotelito, fueron premiadas en una exposición de Filadelfia, y eran muy recomendadas para afecciones cutáneas y como tónicos para la buena digestión.
Estamos, en fin, en un escenario marcado por la presencia del agua y sus huellas indelebles. Un río Duero embalsado lame por su parte las playas y rincones que salpican toda la zona. Es el artífice de una naturaleza fértil que, alejada del atildamiento propio de otras zonas de baño, ofrece hermosura y fertilidades a manos llenas. Convertido en uno de los principales atractivos estivales de la zona y de toda la provincia, esta suerte de lago artificial se imbrica en el paisaje con una naturalidad inusual.
No en vano nos encontramos a más de mil metros de altitud, en un espacio bañado de ríos, arroyos y paz embalsada o corriente. La senda del río Duero, una cincuentena de kilómetros a la sombra de vegetaciones de ribera, da comienzo en la Villa visontina a un itinerario en busca del valle del Razón, que atraviesa prados, pastizales y zonas arboladas de intensa belleza.
En la misma orilla, a escasos metros de la ermita, un mirador ofrece una magnífica panorámica sobre el pueblo, al otro lado del pantano. Realizado sobre un antiguo vertedero, se asoma sobre la Villa, el pinar que la circunda y el río Duero, e incluye una construcción de madera que hace de observatorio de aves. Este enclave, al que se puede acceder tanto en coche como andando, tiene gran importancia ambiental, tanto por estar en Zona Especial de Protección de Aves (ZEPA) y Lugar de Interés Comunitario (LIC), como por su cercanía a la mencionada senda del río Duero, la Laguna Negra y los Circos Glaciares de Urbión.
Con la colaboración de: